La riqueza y el encanto de las Artes Marciales que el mundo a heredado de Oriente proviene de sus enseñanzas que permiten entender el guión que propone nuestra vida diaria desde una perspectiva más profunda en percepción y en valores humanos.
El siguiente texto proveniente de una escuela de esgrima japonesa de principios del siglo XVII que ha sido por varios siglos referencia importante en el crecimiento de los adeptos a las artes marciales.
Maestro Zen Ito Tenzaa Chuya
En la casa de un maestro de esgrima llamado Shoken se había instalado una gran rata que estaba causando estragos. Corría de acá para allá aun a plena luz. Un día, el maestro la encerró en su habitación y ordenó a su gata que la cazara, pero la rata le saltó a la cara y la mordió de tal manera que la gata huyó maullando. El maestro decidió traer algunas gatas con fama de buenas cazadoras en el vecindario y las introdujo en su habitación. Pero la rata, acurrucada en un rincón, saltaba encima de cada gata que se acercaba, la mordía y la hacía huir. Era tan feroz que las gatas renunciaban a volver a acercarse. El maestro se enfureció y comenzó a perseguir a la rata con su espada. La corrió rompiendo puertas, shojis y tatamis mientras la rata se desplazaba como un rayo escapando a todos sus avances, hasta que, finalmente, le saltó a la cara y lo mordió.
Bañado en sudor, el maestro ordenó a su sirviente:
-He oído decir que a seis o siete aldeas de aquí vive una gata que es la mejor cazadora del mundo; tráela.
El sirviente así lo hizo. Era una gata vieja, que aparentemente no se distinguía de las demás. No parecía especialmente inteligente ni peligrosa. El maestro no creyó que fuera capaz de nada especial pero entreabrió la puerta y la dejo entrar en la habitación. La gata avanzó, tranquila y lentamente, como si no esperara nada extraordinario. La rata se estremeció y quedó inmóvil. La gata se le acercó despacio y simplemente la tomó entre sus dientes y la sacó de la casa.
Esa noche se reunieron en la casa de Shoken las gatas derrotadas y respetuosamente invitaron a la vieja gata a ocupar el sitio de honor. Se inclinaron ante ella y dijeron con modestia:
-Todas nosotras tenemos fama de hábiles cazadoras, somos diestras en esta ocupación y hemos afilado nuestras garras para poder vencer a cualquier rata. Pero nunca imaginamos que existiera una rata tan fuerte. ¿Cómo fue que la venciste tan fácilmente?. Cuéntanos tu secreto.
La vieja gata sonrió y dijo:
-Ustedes, gatas jóvenes, serán muy diestras pero no conocen el verdadero camino; por eso fracasan cuando algo inesperado les ocurre. Pero primero, cuéntenme cuál ha sido su entrenamiento.
Una gata negra se adelantó y dijo:
-Provengo de una raza especialmente famosa en la cacería de ratas. Puedo saltar paredes de dos metros de altura, puedo pasar por un agujero pequeño, por el que sólo pasaría una rata. Desde niña he practicado todas las artes acrobáticas. Al despertar, todavía medio dormida, si veo pasar una rata por la viga, me levanto de un golpe y la prendo. Pero esta rata era más fuerte y he sufrido la derrota más terrible de mi vida. Estoy avergonzada.
Y dijo la vieja gata:
-Tú sólo has entrenado en técnica, un arte puramente físico. Cuando los antiguos maestros enseñaban la “técnica”, era para ellos una de las formas del Camino. Su técnica era sencilla pero contenía la más alta sabiduría. El mundo actual sólo se preocupa por la técnica. Por cierto que se inventaron muchas cosas sobre la base del lema: “practicando esto o aquello, se obtiene esto o aquello”. Pero, ¿qué se obtiene?. Sólo destreza. Dejando de lado el Camino, la competencia se desarrolla mediante el intelecto, y nadie avanza más de ahí. Así ocurre siempre que se piensa exclusivamente en técnica, cuando sólo se usa el intelecto. Es cierto que el intelecto es una función de la mente, pero si sólo produce destreza se transforma en semilla de falsía y el resultado es peligroso. Entonces vuelve a empezar y, de ahora en más, sigue el camino correcto.
Luego, se aproximo una gran gata de piel atigrada y dijo:
-En el arte del guerrero es sólo la mente la que cuenta. Por eso, desde el principio, busqué desarrollar este poder. Ahora, mi espíritu es fuerte como el acero y libre, pleno de energía que llena cielo y tierra. Tan pronto como percibo al enemigo, lo fascino con esta mente poderosa y la victoria es mía. Sólo entonces me aproximo, sin pensar, tal como la situación lo pide. Ejerzo sobre la rata el hechizo de mi poder, anticipo cada uno de sus movimientos. En cuanto a la técnica per se, no podría preocuparme menos. Todo se produce por sí mismo. Una rata corre misteriosa por la viga: sólo necesito mirarla fijamente y es mía. Pero hoy, esta rata misteriosa apareció sin forma y desapareció sin dejar huella. ¿Qué es? No lo sé.
La vieja gata contestó:
-Lo que has estado persiguiendo no es más que una fuerza psíquica y no surge del bien que merece llamarse bien. Que seas tan consciente del poder que usas para ganar es suficiente para que se vuelva en contra de tu victoria. Tu ego entra en juego. Pero ¿qué sucede cuando el ego del otro es más fuerte que el tuyo? Si buscas superar al enemigo con tus poderes superiores, él se opondrá a ti con los suyos.
¿Acaso imaginas que la única fuerte eres tú, que todos los demás son débiles? Supongamos que existe algo que no puedes vencer con la fuerza de la voluntad más potente, con tu propia fuerza, aunque fuera superior. ¿Qué harías entonces? Ésa es una buena pregunta.
La fuerza espiritual que sientes en ti, como el acero, libre y que llena cielo y tierra, no es la fuerza suprema sino su reflejo. Tu mente no es más que una sombra de la gran Mente. Parece ser el Poder supremo pero, en realidad, es completamente diferente. La verdadera Mente es poderosa porque está constantemente iluminada por una visión clara. Pero tu mente sólo roza ese poder bajo ciertas condiciones. Tu fuerza y la gran Fuerza tienen origen distinto y, por lo tanto, tienen efectos diferentes. Es la diferencia que existe entre la corriente eterna del río Yang Tse y una crecida repentina. Pero, ¿cuál es la actitud necesaria para confrontarse con algo que ninguna fuerza espiritual puede vencer? Un proverbio dice: “Una rata, al verse atrapada, muerde hasta a la gata”. Un enemigo que enfrenta la muerte no depende de nada, olvida su vida misma, olvida sus necesidades, se olvida de sí mismo; es libre. Su voluntad es como el acero. ¿Cómo podrías vencerlo con una energía espiritual pretendidamente propia?.
Entonces se acercó una gata gris aún más vieja, inclino su cabeza y dijo:
-Sí, es verdad. Es tal como lo dices. No importa cuán grande sea la energía psíquica, siempre adopta una forma. Por ello, durante mucho tiempo busqué desarrollar el poder del corazón. No soy Yo quien ejercita este poder para derrotar espiritualmente a los demás (el “ego” de los otros gatos. Como la primera gata, he dejado de pelear, me reconcilio con el adversario, me hago uno con él y no me opongo a él en modo alguno. Cuando es más fuerte que yo, cedo, me someto, por así decirlo, a su voluntad. Si una rata desea atacarme, por más fuerte que sea, no halla sitio que atacar. Pero la rata de hoy no se guiaba por las reglas. Apareció y desapareció, inapresable como un fantasma. Nunca había visto algo igual.
La vieja gata respondió:
-Lo que llamas reconciliación no procede del Ser, de la Gran Naturaleza. Es una conciliación artificial, caprichosa: un truco. Buscas conscientemente evitar la agresividad del enemigo pero, si piensas en él, por más furtivo que tu pensamiento sea, él percibe tu intención. Y entonces, aunque te muestres conciliatoria, tu mente está lista para el ataque, está preocupada; tu percepción y tus acciones se hallan profundamente perturbadas. Todo lo que emprendes con una intención consciente obstaculiza la vibración original de la Gran Naturaleza, impide el fluir de su fuente secreta y perturba el curso de su movimiento espontáneo. La única manera de adquirir una forma inapresable es no pensar en nada, no desear nada, no hacer nada, abandonarse, en los movimientos, a las vibraciones del Ser. Nada surge entonces como forma oponente, por lo tanto no existe adversario que pueda resistir.
No significa que todo los que han tratado de ejercitar carezca de valor. Cada cosa que han dicho podría ser una manera de seguir el Camino. Técnica y Corazón pueden ser idénticos. Y cuando esto sucede, la Gran Naturaleza, el “principio activo”, se integra a la técnica y manifiesta en la acción del cuerpo. La fuerza del gran Ch’i se pone al servicio de uno. El que posee un Ch’i libre sabe cómo encarar cada cosa de manera correcta, con infinita libertad. En la batalla, su mente, en estado de reconciliación, sin usar fuerza, no cede ante oro ni piedra. Sólo una cosa cuenta: que no entre en juego ni un vestigio de autoconciencia. De lo contrario, todo está perdido. Si se piensa en la meta, aunque fugazmente, todo se torna artificial. Ya no surge del Ser, de la vibración original del Bloque no tallado, y el enemigo deja de estar a tu merced y te resiste.
Entonces, ¿qué procedimiento, qué arte, debemos usar? Sólo cuando eres libre de todo vestigio de autoconciencia (un estado sin mente), sólo cuando “actúas sin actuar”, sin intención, sin artificio, en armonía con la Gran Naturaleza, sólo entonces estás en el Verdadero Camino. Abandona todas tus intenciones, ejercita la no-intencionalidad y deja que el Ser sea. Este Camino no tiene fin y es inextinguible.
Y la vieja gata agregó algo aun más sorprendente:
-No crean que lo que acabo de decir es la verdad última. No hace mucho tiempo, conocí a un gato que vivía en una aldea vecina. Día tras día no hacía otra cosa más que dormir. Nada en él daba indicios de algo parecido a una fuerza espiritual. Allí estaba, recostado como un trozo de madera. Nunca nadie lo había visto cazando una rata. Pero donde él vivía, y en los alrededores, no había ninguna rata.
Donde él iba, las ratas desaparecían. Un día lo visite y le pedí que me explicara el misterio. No me contestó. Tres veces repetí la pregunta. Permaneció en silencio.
No era que deseaba responder sino más bien que no sabía que decir. Entonces comprendí que el que sabe algo no lo dice. Ese gato se había olvidado de sí mismo y, por lo tanto, había olvidado todo lo que lo rodeaba. Se había transformado en “nada”, llegando al grado más elevado de no-intencionalidad. Podemos decir que había hallado el Camino divino del guerrero: prevalecer sin matar. Este gato en mucho me aventaja.
Shoken, que escuchaba todo esto como en sueños, se acercó y saludando a la vieja gata, dijo:
-Desde hace mucho tiempo practico el arte de la espada pero no he alcanzado la maestría. Escuchando tus comentarios creo haber comprendido la dirección que debo seguir. Pero verdaderamente deseo que me digas algo más acerca de tus conocimientos.
La gata preguntó:
-¿Cómo podría serte de utilidad? No soy más que un animal y me alimento de ratas. ¿Qué sé yo de cuestiones humanas? Lo único que sé es que el significado del arte de la espada no reside en vencer al adversario. Y que en este Camino es posible llegar a ver las cosas desde la luz que está más allá de la ilusión de vida y muerte.
Un verdadero guerrero, a través de sus ejercicios, debe dedicarse al entrenamiento espiritual en busca de esta visión clara. Para ello, debe ante todo explorar las doctrinas básicas de Ser, de la vida, de la muerte y del principio de la muerte. Pero sólo aquel que se ha liberado de todo lo que lo aparte del Camino, especialmente de los pensamientos que lo atan y limitan, puede alcanzar la gran claridad. Libre de perturbaciones, confiando en sí mismo, liberado de su ego y de todo lo demás, el Ser y sus movimientos se manifestarán a través suyo en completa libertad tal como es necesario. Pero si existe apego en su corazón, por más tenue que sea, el Ser se ve obstaculizado y atascado. Y cuando hay un “atascado en sí mismo”, siempre aparece otro “atascado en sí mismo” que se opone al primero. Entonces, dos fuerzas se oponen y luchan por existir y las mejores funciones del Ser, capaces de producir cualquier cambio, quedan inhibidas. Luego, si aparece la muerte, la claridad propia del Ser está perdida. En ese estado, ¿cómo puede uno confrontar al enemigo de manera correcta y contemplar con calma la victoria o la derrota?.
Aun cuando uno salga victorioso, sólo será una victoria ciega que no tiene nada que ver con el verdadero sentido del arte de la espada. El Ser en sí está más allá de las formas. Y no acumula propiedades. Por eso, si uno se aferra al más mínimo objeto, la gran Fuerza queda allí atrapada y el equilibrio original está perdido.
Cuando el Ser se apega a algo, ya no es libre de moverse y de fluir en su abundancia plena. Si se altera el equilibrio del Ser, su fuerza desborda por donde puede.
Libertad significa que si uno no acumula nada, si se apoya en la nada, si no se atasca con nada, no hay fuerza ni fuerza-que-se-oponga, no hay yo ni yo-que-se-oponga. Entonces, si sucede algo, el encuentro es como si fuera inconsciente y no deja huellas. En el I’Ching se dice: “Sin pensar, sin actuar, sin movimiento, en silencio total; sólo así es posible la presencia interior, totalmente inconsciente, del Ser y de la Ley de las cosas y, finalmente, hacerse uno con el cielo y tierra”.
El que practica el arte de la espada de este modo, y vive de acuerdo con ello, está cerca de la Verdad del Camino.
Al oír esto, Shoken preguntó:
-¿Qué quiere decir que no hay yo ni yo-que-se-oponga, ni sujeto ni objeto?
La vieja gata respondió:
-Cuando existe un yo, existe un enemigo. Si no nos manifestamos como Yo, ya no habrá un adversario. Lo que llamamos “adversario” no es más que otro nombre para “oposición”. Mientras haya una forma, siempre habrá la forma opuesta. Cada vez que algo se fija, aparece una forma característica. Si no concibo mi Ser en términos de una forma en particular, ya no existe la forma que se opone. Cuando no hay oposición, no existe nada que esté en contra. Es decir que si no hay un yo ni un yo-que-se-opone, si uno se abandona completamente y se libera de todas las cosas, uno está en armonía con el universo, se unifica con todas las cosas, en la gran Soledad. Aun cuando desaparece la forma del enemigo, uno no lo nota. No es que no lo perciba, sino que no se detiene en ello; la mente se mueve constantemente libre desde la profundidad del Ser.
Si la mente está libre de toda atadura, el mundo, tal como es, nos pertenece por completo y es un mundo único que nos incluye. Se lo percibe más allá de bien y mal, simpatía o antipatía. Ya nada ni nadie puede molestarnos, porque no hay apego. Todo par de opuestos, ganancia y perdida, bien y mal, alegría y sufrimiento, se origina en nosotros mismos.
Por esta razón, en toda la extensión de cielo y tierra no hay nada más valioso que nuestro propio Ser. Un poeta antiguo dijo: “Si ya no te aferras a nada, la cuna más estrecha es espacio suficiente; pero si en tus ojos hay una partícula de polvo, el universo entero te resultará estrecho”.
Porque si en tu ojo hay una partícula de polvo, no puedes abrirlo y, por lo tanto, no tienes clara visión, esa visión que sólo es posible cuando el ojo está vacío. Esto puede servir como analogía para el Ser, que es luminoso, libre en sí de toda forma.
Otro poeta dijo”: Rodeado de enemigos, aunque soy extraordinariamente fuerte, sería aplastado si solo fuera forma. Pero el Ser mora en mí y ningún enemigo puede comprender su profundidad”.
Confucio dijo: “el Ser, aun el de un hombre simple, no puede ser arrebatado.
Pero si la mente se perturba, el Ser se vuelve en contra de nosotros. Es todo lo que puedo decirles. Recójanse y busquen dentro de sí”.
Un maestro sólo puede informar a su discípulo y ofrecerle una explicación. Pero el único que puede reconocer la verdad e integrarla es uno mismo. Esto es lo que se llama integración del Ser. La transmisión se hace de corazón a corazón. Está más allá de toda doctrina y erudición. Esto no significa contradecir al maestro.
Simplemente quiere decir que aun un maestro puede ser incapaz de transmitir la verdad. La verdad no es exclusividad del zen.
En toda enseñanza y en todo arte, la integración del Ser siempre ha sido el hilo central, y esto sólo se puede transmitir de corazón a corazón. La “enseñanza” se limita a indicar, nos orienta hacia eso que ya está dentro de nosotros sin que lo sepamos. No hay secretos que el maestro pueda “transmitir” al discípulo. Es fácil enseñar y es fácil escuchar. Lo difícil es hacerse consciente de eso que hay en uno, encontrarlo y tomar verdadera posesión de ello. Esto se llama “Observar la propia naturaleza, observar la gran naturaleza”.
Cuando esto se produce, experimentamos el Satori, el gran Despertar del sueño y de todas las ilusiones. Despertar, ver dentro del propio Ser, percibir la Verdad de Uno Mismo: distintos nombres para la misma cosa.